La fotógrafa Irene Zóttola publica, de la mano de Ediciones Anómalas, “Ícaro”, un trabajo que se hizo acreedor de la última edición del prestigioso Premio Fotocanal y que supone una revisión personal del mito griego.
¿Cuáles serían las inquietudes principales que te llevan a empuñar la cámara? ¿Algún motivo especial que te lleva a decantarte por la fotografía analógica?
El motivo que me lleva a hacer una fotografía varía dependiendo del momento, aunque suele moverse entre dos razones: recordar y jugar. Símbolos de lo que temo y lo que amo. A veces fotografío aquello que no sé por qué, pero me llama la atención, me obsesiona o que necesito preservar de manera muy íntima. Otras, simplemente consiste en jugar y experimentar con mi cuerpo y la luz en el espacio. Es una forma de tomar apuntes, una especie de diario visual.
La fotografía analógica para mí no ha sido una elección, llegó de forma natural y me he sentido siempre cómoda con su tempo, cuerpo y proceso.
En la toma, el hecho de tener un número de disparos limitados requiere intención y atención, conlleva un esfuerzo, una incertidumbre y confianza en lo que se está haciendo, aunque no se vea al instante.
En el revelado, cuidar los tiempos, temperatura y agitación y siempre sorprenderte al sacar el rollo con las imágenes de la espiral, lamentar el encuadre e identificar rápidamente qué vale y qué no de ese carrete. El subidón de los buenos negativos con contraste o la magia de reencontrarte con momentos que habías fotografiado y olvidado. También el bajón de poca densidad o malas mediciones.
En el positivado se abre otro mundo de posibilidades de técnicas, soportes, tamaños y materiales. Todo el trabajo y proceso de laboratorio y lo que le rodea me apasiona y es una de las partes fundamentales en las que me vuelco y en el que más horas paso.
Me compré una cámara digital que acabé vendiendo porque no la usaba. No me salía. Eso no quiere decir que rechace la fotografía digital, creo que pueden complementarse las facilidades de una con las posibilidades de otra, de hecho, los collages digitales compuestos por las emulsiones originales y las hojas de enciclopedia en Ícaro es un ejemplo de ello.
La auto-referencialidad, elementos de la naturaleza y el mundo de los sueños parecen ser los ejes principales sobre los que construyes tus imágenes, ¿tienes algún referente destacado, tanto dentro como fuera de la fotografía, que te haya sido de especial inspiración para ir construyendo un discurso propio como artista?
Cuando empecé a estudiar fotografía, la artista Ana Matey era la encargada del laboratorio de la escuela. Ella me descubrió esa otra parte de la fotografía que no parecía fotografía, sino algo más plástico y matérico que se acercaba a la pintura. Podría decir que fue la primera persona que me acompañó y alentó en las primeras tardes de pasar horas en el laboratorio, educándome el ojo al blanco y negro y mostrándome el trabajo de diferentes autores y técnicas que me parecían magia.
En cuanto a referentes que sirvan de especial inspiración, van evolucionando a lo largo del tiempo y provienen de diferentes disciplinas dentro del ámbito artístico y de lo cotidiano. Puede ser igual de influyente un viaje en tren que una exposición, un paseo por el rastro o una conversación con mi madre o una amiga. En el momento en el que estás creando algo no tienes un referente consciente en la cabeza, al final se trata de una búsqueda íntima para expresar algo con diferentes materiales y técnicas. El discurso se construye a base de hacer y de hacer.
«Ícaro», ganador del prestigioso Premio Fotocanal de este año, aparecerá próximamente publicado por Ediciones Anómalas, ¿Cuál ha sido el proceso de creación del mismo? ¿Partías con una idea preconcebida antes de comenzar a hacer las fotos o fue a medida que ibas creando imágenes cuando ibas encontrando conexiones entre ellas que iban formando un cuerpo de trabajo?
Comencé a fotografiar las palomas muertas que me encontraba de manera instintiva, casi como una coleccionista. De esa muerte y caída, surgió un interés por el vuelo: qué elementos influyen, definiciones y tipos de vuelo. Una noche me encontré una enciclopedia tirada junto a un contenedor y ahí empezó una especie de juego y diálogo basado en narrar el vuelo de las aves y de alguna manera también el humano. Al final el proyecto habla de un deseo de volar, miedo a la caída y el propio impacto.
En esas conexiones aparecieron otros caminos con diferentes personajes, textos o elementos han influido en que el resultado sea el que es. Se trata de un proceso orgánico y vivo que va cogiendo forma con el paso del tiempo. Es como tratar de encajar las piezas de un puzzle que cuenten una historia. Nunca tuve en mente el hacer un libro sobre el vuelo al comenzar a fotografiar palomas o cielos, pero todo me fue llevando a ello poco a poco.
Recibir el premio Fotocanal ha hecho posible que este trabajo se materialice en un fotolibro con un cuerpo, diseño, color y narrativa concreta que no hubiese sido posible sin la ayuda de un equipo de profesionales que aportan cada uno desde su campo y te acompañan y asesoran durante el proceso. Ha sido una experiencia maravillosa el poder trabajar con Ediciones Anómalas, Eugeni Gay la preimpresión y Underbau con el diseño. Ahora estamos pendiente de la impresión, que será con Brizzolis en Madrid. Ha sido y está siendo una experiencia única y emocionante.
Las imágenes que componen tus proyectos suelen ir acompañados de textos, casi siempre de carácter poético ¿Esa complementariedad entre palabra e imagen será una constante en futuros proyectos o quizás a medio o largo plazo una acabará imponiéndose sobre la otra en tu obra?
Las palabras describen y evocan otras imágenes que dialogan con la fotografía, subrayando, intensificando o enfrentándose a lo que representa. Siempre me ha gustado leer y escribir. Incluir textos que acompañen a las fotografías me parece que también aporta sonido. No estás viendo sólo una imagen, estás leyendo en silencio en un tono interno concreto que refuerza la narración y te sumerge de una forma más íntima.
Es cierto que en mi trabajo palabra e imagen conviven de forma complementaria y natural, pero eso no significa que sea así de forma exclusiva y mucho menos de forma impositiva. El lenguaje escrito es una herramienta más de expresión, si siento que utilizarla aporta en la obra lo haré, sino no y no pasa nada. Es algo más libre y visceral que normativo. Muchos de los trabajos fotográficos se presentan ahora en forma audiovisual además de fotográfico. Pienso que cada uno puede sentirse libre de utilizar aquellas herramientas y recursos con lo que se sienta cómodo e identificado y que le ayuden a expresar aquello que quiere decir de la mejor manera posible.
Eres miembro del colectivo «Slow Photography», ¿podrías explicarnos en qué consiste y cuáles son sus actividades y objetivos?
Los amigos y compañeros que forman Slow Photo llevan en un local de Vallecas desde 1986. Era una antigua trapería que alquilaron y en la que montaron una plató y laboratorio. Les conocí a través de una amiga que hizo un curso de positivado en blanco y negro en ese local con Rubén Morales.Yo estaba buscando un laboratorio donde poder experimentar y trabajar. Busqué la dirección por Facebook, conseguí un email y hablé con José Manuel Magano. No querían alquilar el espacio por horas, querían a gente que estuviese de forma constante. Justo esa semana dejaba el espacio un chico que llevaba seis años allí y, si quería, podía entrar a formar parte. Tenía que avisar de qué días quería ir durante la semana, teniendo en cuenta que muchos fines de semana se hacían talleres. En aquel momento trabajaba de forma intensiva fines de semanas y festivos, así que todo encajó perfecto. A base de ir y practicar fui cogiendo confianza y pidiéndoles consejo. Se reunían una tarde de la semana y practicaban diferentes técnicas mientras escuchaban música y bebían cerveza. Cada uno de ellos era especialista en una técnica. Poco a poco fui descubriendo el papel salado, la goma bicromatada, el colodión húmedo, kalitipias o carbón transportado. Son mis maestros y padres fotográficos en el mejor de los sentidos, no sólo a nivel técnico, sino vital y personal. Me han enseñado a perseverar, me han acompañado en muchos procesos y tratado de ayudar siempre que tengo una duda técnica o profesional, además de ser confidentes de lo divino y lo humano en un círculo de risas y cerveza fría. En ese laboratorio he pasado muchas horas en las que me he desarrollado como fotógrafa y como persona. Slow Photo es mi casa.
“Ícaro”. Irene Zóttola. Ed. Anómalas. 28 Euros