Alejandro León Cannock ha sido galardonado con el I Premio Begira Photo de Ensayo sobre Fotografía. En esta entrevista nos da las claves sobre la evolución de la fotografía y su papel en la actualidad.
Acabas de ser declarado ganador del I Premio Begira Photo de Ensayo sobre Fotografía ¿Podrías explicarnos de manera breve la idea central del trabajo que presentaste?
En 1839 se presentó oficialmente ante la sociedad un invento que revolucionó el mundo: la fotografía. Este dispositivo, hijo de los ideales de la revolución industrial –y de la metafísica occidental– al igual que el barco a vapor, el ferrocarril y el telégrafo fue creado con la finalidad de ampliar el dominio que el ser humano ejercía sobre la naturaleza. La máquina fotográfica cumple con este objetivo porque captura lo real y lo serializa en las superficies bidimensionales de las imágenes técnicas.
La invención de esta máquina inició una revolución en la naturaleza de la visualidad y, por tanto, en el orden del ser. Mi hipótesis es que dicha revolución ha llegado a su fin a raíz del auge de las tecnologías digitales. Gracias a la alianza entre el internet, las redes sociales y los smartphones, la reproductibilidad ha dejado de ser solo una posibilidad de la existencia para convertirse en su fundamento. Debido a ello, la revolución fotográfica ha alcanzado su objetivo: la consumación del devenir imagen del mundo.
La fotografía es una disciplina que cuenta con menos de 200 años y que a día de hoy parece haber alcanzado su pleno desarrollo en todos los ámbitos ¿Queda camino que recorrer para la misma en su ámbito artístico?
Absolutamente. Este camino recién se ha abierto. Esto no quiere decir que antes no haya habido fotografía artística. Me refiero a que hoy en día la imagen fotográfica se ha convertido en un material privilegiado para la creación contemporánea porque se ha liberado de las “tareas representacionales” a las que históricamente había estado asociada (documentar, informar). Le ha ocurrido algo similar a lo que ella le hizo a la pintura en el siglo XIX: le arrebató sus funciones porque las hacía con mayor eficiencia. Debido ello, la pintura, lejos de morir como anunciaron algunos, comenzó a explorar sus potencias no representacionales. Desde hace algunas décadas, la fotografía atraviesa una experiencia similar debido al surgimiento de tecnologías de la imagen (televisión, video) que son más adecuadas para representar a la sociedad de la información. De esta forma, el paso de la fotografía como representación a la fotografía como material, marca el ingreso absoluto de la fotografía en el mundo del arte, convirtiéndose en un espacio para la experimentación, la creación y la expresión. Evidentemente, esta posibilidad aumenta exponencialmente gracias a la inherente manipulabilidad (plasticidad) de la imagen digital. Me parece que esta es la esencia de lo que hoy en día llaman lo postfotográfico.
¿Acabarán el vídeo y la realidad virtual por arrinconar de alguna forma la fotografía como soporte hegemónico basado en la imagen?
No creo que eso suceda, pues la fotografía no solo es un tipo de imagen; es, en sentido estricto, el origen de todas las imágenes técnicas, como sostuvo Flusser. De esta forma, el video y la realidad virtual comparten una misma matriz: la fotograficidad. Además, la fotografía, gracias a su rapidez para deslizarse por el tráfico del entorno virtual, sigue siendo el tipo de imagen que más se produce, circula y se consume. A pesar de ello, es muy difícil anticipar lo que ocurrirá en el futuro. Es cierto, por ejemplo, que el video y la realidad virtual son mucho más útiles para realizar ciertas funciones sociales como vigilar o simular, por ejemplo. ¿Significa esto que la fotografía desaparecerá? No lo creo. Lo que sí es seguro es que al lado de ella aparecerán nuevas imágenes que competirán por nuestra mirada, como ya está sucediendo con las imágenes en 360 grados.
¿Es exagerado afirmar que el lenguaje visual acabará por conseguir lo que ningún idioma ha sido capaz de conseguir, convertirse en un código integral de comunicación universal?
La creencia en la universalidad del lenguaje visual se funda en presupuestos falaces: presupone que la fotografía es una copia objetiva de la realidad; presupone que la percepción es un proceso pasivo compartido por todos los seres humanos; y presupone que la interpretación de lo observado no se realiza desde un horizonte hermenéutico. No obstante, en realidad toda imagen fotográfica, a pesar de su aparente neutralidad, es una construcción ideológica, al igual que la mirada del sujeto. Por tanto, dos personas de diferentes culturas descifrarán de forma distinta la misma imagen.
Por otro lado, el lenguaje visual está compuesto por “signos abiertos”. El significado de los signos que componen una fotografía no es fijo. Por lo tanto, al observarla no tenemos certeza de qué debemos interpretar. Por ello, las fotografías son polisémicas: su significación es múltiple y, por tanto, ambigua. El lenguaje verbal, por el contrario, es “cerrado”. Sabemos cómo debemos interpretar cada signo. De ahí su función comunicacional e informativa. El lenguaje visual, en todo caso, opera como el lenguaje verbal en su uso poético: al ver/oír un significante no sabemos exactamente qué significado atribuirle. Se abre el lenguaje. Por ello, ni siquiera para dos sujetos que compartan los mismos presupuestos ideológicos podrá funcionar el lenguaje visual como un código de comunicación eficiente.
No debemos olvidar que el lenguaje visual no se refiere aseverativamente al mundo. ¿Qué nos dice una fotografía cuando la miramos? Nada. Sin embargo, nos muestra algo. Y al mostrarnos un pedazo de mundo nos invita a hablar y, si tenemos suerte, a pensar.
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