2017 ha sido el gran año de C. Tangana. La publicación de su álbum «Ídolo» tras su fichaje por una multinacional, ha supuesto un punto culminante a una carrera de más de diez años en la que ha ido ganando adeptos hasta acabar apareciendo en los medios más generalistas.
Un artista rotundo y controvertido, que no ha escapado a un buen número de polémicas fruto de la asfixiante corrección política en la que vivimos y que trata de desvincularse en cada ocasión que se le menciona de esa etiqueta de música Trap en la que se le quiere encuadrar, sabedor de lo pasajero que tiene toda moda y por las connotaciones negativas que ese término acarrea.
C. Tangana va mucho más allá de ser un rapero que se ha dejado influenciar por las modas y que ha conseguido la fórmula exacta para conseguir llegar a la categoría de estrella mediática. Filósofo de formación y antes esteta que moralista, no siente que tenga que disculparse de sus letras explícitas que han causado no poco revuelo en diversos colectivos y que abre un interesante debate sobre lo que sí se puede o no se puede cantar y sobre la responsabilidad que un artista mediático ha o no de asumir.
No caben las medias tintas ante su figura, amada y odiada con pasión, e incluso tomada como referente en ciertos ambientes e ideologías que claramente no han sabido entender el carácter de performance de toda su propuesta y que no es más que una sutil burla a todo un sistema que lo ha llevado a lo más alto sabiendo simplemente cuáles eran los pasos correctos para ello.
Un disco actual, de esos que resumen el sentir del tiempo en que se grabó, de un artista de un poso mucho más profundo que ese personaje endiosado y engreído que ha conseguido construir.