Trainspotting, subversiva historia en la que se narran las peripecias de un grupo de amigos adictos a la heroína, llegó a las pantallas de cine a mediados de los años noventa y su estreno supuso todo un acontecimiento que la convirtió casi de inmediato en película de culto gracias a sus electrizantes diálogos y ya míticas escenas, perfectamente acompasadas por una maravillosa banda sonora que resumía además un tiempo particularmente dulce en la historia cultural en Gran Bretaña, en el que coincidieron la plenitud del Britpop y el desembarco de la escena rave entre el gran público.
Pasados más de veinte años, se presenta su segunda parte, basada como la primera en una novela de Irvine Welsh y en el que la expectación generada por la banda sonora que acompaña a la película ha sido, lógicamente, grande. Se recuperan dos temas de la banda sonora del original. Una, la remezcla del «Lust for Life» de Iggy Pop a cargo de The Prodigy que poco (bueno) aporta a la original y una versión acortada y descafeinada del tema de cierre que corrió a cargo de Underworld. Entre ambas una colección de buenas canciones, en la que se alternan clásicos con canciones más actuales, que caminan entre el rock más combativo y el pop más hedonista y en el que caben destacar títulos como «Silk» de Wolf Alice, que pretende ser el tema central de la película pero que no acaba de encajar la candidez de la misma en una historia a priori sórdida. Sí funcionan, en cambio, los tres potentes temas que la banda Young Fathers aporta al conjunto final y cuyo sonido se amolda bien a esos paisajes de las afueras de Edimburgo en los que se desarrolla la acción.
Una buena colección de canciones en suma, que probablemente acompañarán muy bien a las escenas de la película, algo siempre muy cuidado en los trabajos de su director Danny Boyle, pero que ni de lejos alcanzará la categoría de icónica de su predecesora, algo que a priori se daba ya por descontado.